“Rodar, rodar y rodar.
Hasta marearnos.
Sentir que el mundo gira. Sentir que estamos vivos, experimentar el movimiento.
El movimiento del cuerpo que nos hace perder el mundo de vista, quedando solo el hilo que nos conecta a él, el hilo que soporta nuestro peso.”
El hilo es una construcción cultural, doméstica, al servicio del cobijo, del placer y de la necesidad humanos. Es una construcción mitológico-simbólica que lo conecta a la vida, a lo sagrado, al destino. El hilo une y salva.
El hilo es el camino: Dolors Puigdemont tira de él y nos propone un tránsito tanto físico como espiritual. Un itinerario que recorre diferentes lugares.
El primero de estos lugares, que también podría ser el último ya que reside al margen del camino, es un receptáculo que cobija voces íntimas y sabias tejidas por los años y las letras. Briznas de vida recorridas por el hilo de la existencia que lo invade todo.
Al segundo lugar se accede a través de un tótem o cruz de término que nos indica que estamos entrando en un sitio especial y mágico. Una jaula abierta, reposo ancestral de una colección de hojas caducas. Una instalación que actúa como declaración de intenciones de toda la exposición: naturaleza intervenida, espacio y estructura, aire y luz, símbolo y presencia.
Este segundo espacio está ocupado por volúmenes metálicos que penden de un hilo. Bailarinas de malla galvanizada que giran alrededor de su propio eje. Trayectoria y suspensión. Tal y como dice la propia Puigdemont: “Jo rodo, tu rodes, ell roda, tots rodem. Partícules rodant de manera multidireccional i en diferents freqüències.”
Paraboloides, conoides, hiperboloides... Formas complejas y bellas. Cuerpos que juegan con el espacio que ocupan y con el nuevo que genera su proyección en la pared; microuniversos de sombras, planos y profundidades. Intersecciones atómicas. Partículas perdidas divagando por el universo. Rodando. Geometría sensible en la que la luz se desliza por cada uno de los recodos del entramado reticular, realzando su movimiento, proyectando una dimensión que trasciende la propia forma.
Coordenadas emocionales que nos permiten conectar con el infinito al que estos cuerpos metálicos nos conducen.
Continuamos el recorrido por el tercero de los lugares: allí Puigdemont exprime el espíritu de los elementos naturales (el río, el bosque, el viento...) para conferirlo a las instalaciones. Árboles cuya energía se suspende en el aire mezclándose con el espacio y la luz. Árboles amarrados a la tierra; una reunión de ancestros. La tribu escucha en silencio el ritmo cíclico del violín, cuya partitura ha sido escrita para que desvele el misterio de la vida. Lo sublime en la naturaleza se somete; intemperie, soledad, libertad y fuerza construyen una arquitectura, un hogar para el espíritu.
Y el camino del hilo nos conduce hasta aquí para sumergirse, mediante un movimiento lento y poético, en el eterno fluir del río.
En un mundo repleto de objetos es emocionante ver cómo hay quien los trabaja y presenta de tal manera que trascienden su fisicidad para transmitirnos tanto. “Penjar d'un fil” es un viaje por el alma de las cosas (del cuerpo, del bosque, del cosmos, de la geometría...), demostrando la conexión que existe entre todas ellas. La física y la gravedad, la fe y el existencialismo, la mecánica y la sensibilidad. Un viaje hacia nuestra esencia, ya que las instalaciones contactan con ella sin pedirnos permiso, de tal manera que nos encontramos, casi sin saber por qué, rodando y rodando. Rodando por el espacio, por el bosque, por el oxígeno, como partículas en un día soleado de febrero.