Siempre me ha gustado que me contaran historias. Desde pequeña. Viajar por las historias de los demás para vivir las propias.
Cuentan que en la Tierra Baja existe un paso que transcurre entre colosos que se levantan cual rocas gigantes y milenarias. Su interior esconde todo tipo de secretos. Por la brecha de uno de estos colosos emana un canto hechizado cuya atracción te arroja hacia él.
Eso fue lo que me sucedió. Me desaté del mástil y crucé la brecha. El espacio interior era inmenso y húmedo. Un abismo engendrador de historias al cual, a pesar de no saber lo que me deparaba, me lancé sin pestañear.
Un níveo asiento, en el que reposaban unos auriculares, se alzaba ante una imagen. Ese santuario apareció de la oscuridad. Me esperaba. Me senté, observé la imagen y me puse los auriculares. Una voz femenina me envolvió en el silencio.
Empezó el viaje. Un viaje de historias. Un viaje de voces.
Una voz tras otra. Voces dulces, cantarinas, duras, quebradas, apasionadas... Voces de mujeres que me cogieron de la mano y me llevaron con ellas a recorrer el vientre del coloso. Vientre de vientres.
Un viaje al barrio de Tepito, México DF, “donde todo se vende menos la dignidad”. Fotografías, textos, vídeos y un pedestal que visibilizaba lo invisible, las voces de las 7 cabronas (“las de antes y todas las que vendrán”).
Estuve en una plaza del sur de Francia, donde una mujer argelina regentaba un camión de comida ambulante. Conocí las historias que se forjaron alrededor de ese espacio: el olor a pizza, las reflexiones y canciones embriagadas por el alcohol y la noche, su condena a la extinción, el freno legal y ético a su reivindicación... Y todo a través de su monumento, un epitafio con intención de recordar y mantener vivas unas voces nacidas en un momento y un lugar determinado, pero convertidas en símbolo.
Conocí la historia de la construcción de una identidad en Estados Unidos para conseguir un visado de residencia. Absorbí los testimonios de varias mujeres que narraban sus orgasmos, sus muertes chiquitas. Frases fragmentadas contenedoras de universos. El aliento de estas voces me despellejó hasta trasladarme a un lugar difícil de definir; familiar, femenino. El final del viaje me trasladó a Caracas para empezar un peligroso proceso de búsqueda y monumentalización imposible de la Verdad. Aquella que, a pesar de estar siempre allí, se escapa, desnuda y loca.
El viaje que experimenté, fue uno de esos que te revuelve. Las voces que escuché desgarraron la pátina de mi sensibilidad por especiales, por valientes. Voces cuyo alimento no es el concepto, sino la realidad vivida, sentida y sufrida. Monumentos. Voces subidas a un pedestal, encastadas en el suelo, ocultas bajo montañas de basura. Monumentos erigidos en pro de la vida y de la muerte. Del dolor, la violencia, la alegría, el placer y del tenerlos buen puestos. Monumentos solemnes pero escapistas de toda pompa por sinceros; de toda legalidad por incómodos, de toda visibilidad por reales. El Canto de sirenas temido por la historiografía por desafiador y provocador. La Verdad, tan peligrosa ella, que se escapa y corre, desnuda, por alguna parte.
Un viaje de historias. Como un cuento. Pero sin princesas dormidas que esperan el beso, el zapato o la alfombra mágica que las dignifique, que las proteja. Historias de mujeres que trabajan duro para construirse sus zapatos, aunque si hace falta caminan descalzas, sin parar, magulladas y con duricias. Con los pies en el suelo y la mirada al frente. Besadas y rasgadas. Mujeres que a pesar de todo continúan soñando. Que afrontan sus pesadillas, las que les ha tocado vivir.